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El oro de la selva

Un cuento minero

Publicado: 2014-05-12

Era la última semana de Mauricio como minero ilegal en la selva de Madre de Dios. Como todas las mañanas, durante los últimos 5 meses, él se despertó y fue directamente al lugar donde guardaba el dinero que había ganado talando árboles, contaminando ríos y arruinando ecosistemas. ¿Tenía remordimientos? Algunos cuantos, pero se iban desvaneciendo conforme contaba su plata. Le jodía haber dañado la naturaleza, sin embargo con el dinero ganado podría comprarse un mini departamento en Lima, un cachorro pitbull, drogas, conseguir una flaca y pagar unas cuantas sesiones con putas baratas. Ese era el paraíso que estaba a punto de alcanzar dentro de unos días.

En la zona donde Mauricio buscaba oro, también trabajaban otros mineros: los que venían de la costa como él, los de la sierra y por último los de la zona, hombres de Puerto Maldonado, Iquitos y Pucallpa. De esta última ciudad, venían cinco mineros mercenarios que tenían otros planes para el protagonista de nuestra historia. Y es que en este negocio así como desentierran oro, entierran personas.

El plan era esperar hasta el sábado para llevar al joven limeño a tomar unas cervezas a la casa del patrón, ya que en tiempos de elecciones presidenciales, este nunca paraba por ahí. Luego emborracharlo y hacer que confiese donde guardaba el dinero que había ganado en estos seis meses. Una vez extraída la información, dos iban a buscar el botín y tres se quedaban con el huevón. Si era verdad, y la plata estaba ahí, los que se quedaron con el muchacho, podían cortarle el cuello, despedazar su cuerpo y tirárselo a las pirañas. Por otro lado, si el capitalino con aires de Indiana Jones había mentido, se pospondría su asesinato.

Ese sábado Mauricio se despidió de todos sus compañeros de trabajo. Cuando estaba a punto de subir a la camioneta que lo regresaría a la ciudad, uno de los pucallpinos se le acercó y le dijo que lo acompañara, porque le habían  preparado una fiesta con putas y masato para despedirlo a lo grande. Obviamente para el joven limeño esta era una oferta imposible de rechazar.

Ya en la casa del patrón y con muchas botellas de cerveza, masato, ron y otros licores por toda la sala, los muchachos de Pucallpa seguían su plan. Empezaron hablar de la explotación que sufrían en la mina, como les dolía no haber tenido una educación decente, con la cuál hubieran podido tener un mejor futuro. Se quejaban que no tenían los medios ni el apoyo del estado para cambiar esta situación, y por eso tenían que seguir nadando en mercurio para buscar piedritas de oro. Después de todo, ellos y sus hijos tenían que comer.

Mauricio no prestaba atención a los lamentos de los pucallpinos. Él estaba enfocado en las putas. Esas mujeres selváticas de piel tostada que bailaban en vestidos muy cortos, dejando ver partes de sus nalgas y pechos. La mirada de Mauricio parecía estar en una perfecta coordinación con los movimientos de estas mujeres.

Llegó el momento, el huevón ya estaba borracho. Los pucallpinos mandaron a las putas a la cocina, para que preparen más trago. Una vez que se quedaron totalmente solos con Mauricio, comenzaron hablar de lo que harían con el dinero, hasta que uno de ellos mencionó que antes de gastar la plata, había que guardarla en un lugar seguro. El joven limeño, les seguía el hilo de la conversación y hasta señaló que él no confiaba en los bancos y por eso él mismo guardaba su billete. Todos respaldaron lo dicho por Mauricio y empezaron a decir, uno por uno, donde guardaban el dinero que ganaban en la mina. Una vez que le tocó a Mauricio, este dijo el lugar exacto donde guardaba su plata y como la contaba todos los días en la mañana. Los malhechores se cagaban de risa, algunos con cierta pena.

Siguiendo con lo planeado, dos de los pucallpinos indicaron que iban a comprar, como excusa para ir a la casa de Mauricio y robarle toda su plata, y así, por fin, poder matarlo. Antes de que se vayan, el limeño llamó a las putas, quienes venían de la cocina con enormes vasos llenos de trago. El joven capitalino entre gritos y balbuceos, propuso un brindis por la selva y su gente, por el oro, y por sus amigas las putas. Todos los pucallpinos se echaron a reír mientras se secaban el vaso de veneno.

Porque era veneno lo que contenían esos vasos. Los cinco pucallpinos murieron en cuestión de minutos. Mauricio, rápidamente, juntó los cadáveres los colocó en costales y los subió a una camioneta que luego quemaría. Sus amigas las putas, empezaron a limpiar toda la casa del patrón, hasta dejarla como si nada hubiera pasado.

Mauricio cayó en Madre de Dios para probar suerte. Un amigo le había dicho sobre las jugosas ganancias de la mineria ilegal. Él quería escapar de la ciudad, alejarse de la sociedad, si es posible de todo rastro de humanidad. Cuando empezó a trabajar de minero ilegal, consiguió la soledad anhelada, pero luego sintió que ya no podía soportarla que necesitaba dosis de contacto humano. Fue así como conoció a las putas de Puerto Maldonado y otras ciudades de Madre de Dios. Fue así como las putas se encariñaron con el hombre que les dejaba jugosas propinas, aquél que las invitaba a su casa y hasta las dejaba quedarse mientras él no estaba. En esos seis meses, Mauricio conoció y estuvo con la mayoría de putas de la región. Ellas lo dejaron de ver como un cliente, algunas lo veían como un novio, otras como un amigo y otras como un hijo. Todas tenían razones para quererlo, así que no iban a dejar que unos mineros sin escrúpulos le hicieran daño. Mauricio por otro lado, nunca pensó en irse sin dejarles algo a sus amigas. Por eso, después que fue a buscar el dinero de cada uno de los cinco pucallpinos, se lo entregó a sus queridas putas. Esas mujeres que le salvaron la vida, y que para él valían oro.


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Vómito

Este es un blog donde vómito cosas que me enferman.